MAMÁ, PAPÁ: ¡Quiero ser Agente Comercial!
Estoy harto, más que harto, estoy cansado hasta más arriba de lo posible. Harto, completamente harto: de marrones, de quejas infundadas, de respuestas inadecuadas, de clientes imposibles, de representadas impresentables (aunque las represente), de kilómetros innecesarios, de problemas de todo tipo y condición, de que las comisiones no lleguen cuando tienen que llegar y de que sean siempre menores de lo esperado, mientras los gastos siempre son superiores a lo que deberían de ser.
Estoy fuera de mí, los viernes se suman todos los problemas de la semana y estoy al rojo vivo, que nadie me diga nada. No aguanto la más mínima broma. Ni amigos, ni amigas, ni leches en vinagre. Nada de nada. ¡Ya está bien!
Reflexiono y pienso que quizás es que estoy un poco viejo, que mis cien años de agente comercial colegiado son demasiados: Es posible que debiera dejarlo y dar paso a otros. Hablo con responsables del Colegio, de mi Colegio, y me dicen que hay muy pocas altas de personas de menos de treinta años. Yo me colegié con veinticuatro y aún sigo allí, en activo, debo de ser de otra época; está claro que debo dejar paso. Pero ¿a quien o a quienes?, el agente comercial no es un funcionario, es un profesional independiente con las ventajas y los inconvenientes que ello representa. En fin…
Estoy tan cansado que me voy a la cama sin cenar, mi mujer (mi tercera mujer) me mira con conmiseración. Apenas tiene los sesenta y cinco; fue funcionaria autonómica, está jubilada, tiene una pensión de la hostia (como dice su nieto) y está joven como una rosa. Poco desgaste físico, poco desgaste intelectual y dispuesta a disfrutar de seis sábados y un domingo cada semana, haga frío o calor, llueva o truene, me vaya o no de viaje. Ella es feliz y procura darme algo de esa felicidad que yo repelo (al menos en parte) como buen independiente que soy.
En la cama me relajo con facilidad, me pongo de lado y empiezo mi sesión de ronquidos. Ella sigue abajo frente al televisor, zapeando y quedándose con un film que se acaba a las dos de la madrugada, en un momento en que mi sueño es claro:
Estamos en el 2020, en escena un jovencillo de menos de veinte años hablando con sus padres:
Papá y mamá: yo quiero ser Agente Comercial.
Y ante el estupor de sus progenitores (aunque solamente lo fueran in Vitro) continuó:
Los funcionarios tienen el sueldo congelado desde que los checos dominan en la Unión Los empresarios están atados de pies y manos por Convenios Colectivos y Directivas Europeas. Los intelectuales están confinados en lugares remotos y solamente nos llegan sus descubrimientos pero nunca sus sufrimientos. Los sanitarios deben seguir las directrices de la Organización Mundial de la Salud, estén o no de acuerdo con sus postulados.
Se produjo una pausa, los padres miraban al chico con sorpresa y éste lo hacía con toda atención, y siguió:
Quiero ser Agente Comercial porque ellos no tienen límites, porque tienen permiso para viajar por todo el mundo, porque pueden conocer a gentes de todos los continentes y de razas y pensamientos opuestos. Quiero ser agente comercial porque podré convencer a potenciales clientes de la bondad de lo que vendo y a mis representados de lo buenos e interesantes que son mis clientes. Estoy seguro de que unos valorarán mis conocimientos y honestas sugerencias, mientras que los otros estarán convencidos de que soy su mejor embajador y consecuentemente me pagarán las comisiones convenidas en el plazo adecuado. No me haré rico, pero seré inmensamente rico en relaciones, en conocimientos, en empatías recíprocas.
La cara de sus padres no ofrecía duda alguna: estaban anonadados, jamás hubieran previsto una declaración de rebeldía, de independencia, como la que acababa de hacerles su chico. Ambos pensaban ¿qué hemos hecho mal para llegar a esto?
Pero la cara del joven mostraba determinación y el convencimiento de que su decisión era la adecuada para dar salida a sus inquietudes, con lo que, indefectiblemente, tendría que triunfar en esa profesión que algunos daban por enferma de muerte, pero que no era así bajo su punto de vista.
Me despierto, me pellizco, no estoy durmiendo ni tampoco dormido. Recuerdo el sueño que acabo de tener que se está difuminando en ese dominio de los inconcebibles, quiero retenerlo pero se va, se difumina, apenas se ve, pero es verdaderamente hermoso.
Me gustaría que se convirtiera en realidad y que personas jóvenes, con personalidad y determinación siguieran ejerciendo esta difícil, pero gratificante, profesión.
Y con este escrito va un beso al aire, dedicado a todos los Agentes Comerciales que fueron y a todos los Agentes Comerciales que, sin duda, serán. Aunque yo no pueda verlo.
Vicente Viguer Espert, era el año de 2009